José no era mi mejor amigo, y hasta ayer no había tenido noticias de él desde que salió del colegio el año pasado.
Sí, recuerdo que él me gustaba, era lindo, amable, buena gente.

Al llegar al colegio, ayer, Lucía me dice: “A José lo pisaron, y no creen que pase de hoy vivo”.

Entonces el recibir esa noticia, no fue como recibir un balde de agua fría, sino todo lo contrario, no despertó ninguna emoción en mí, porque simplemente no lo creía, era tan irreal, todo parecía una ilusión.
Luego llamé a su mejor amigo para corroborar la historia, todavía pensando que todo era un rumor, una broma pesada, y el escuchar las palabras “muerte cerebral” salir de su boca, sí que me pareció real.
Sobretodo cuando el profesor, nos dijo que le practicarían la eutanasia, lo iban a desconectar.
Es difícil creer, parece imposible que la vida pueda dar un giro de 180° justo cuando menos te lo esperas, en el clímax de tu vida. Un minuto estás de pasada visitando a tus padres, yendo a comer, y al otro te encuentras postrado en una cama, al borde de la muerte.
En mi vida, me hubiera imaginado esto, es diferente el verlo en la tele, escucharlo en las noticias, a que le pase a alguien tan cercano, que recuerdas que sólo hace unos meses estaba bien.

Hasta ayer, ese era el pronóstico, muerte cerebral, pero anoche presentó actividad cerebral según el electroencefalograma, yo sé que eso da una luz de esperanza, pero me pregunto, ¿esperanza a qué? ¿Cuáles son sus posibilidades?
En el mejor de los casos, si despertara del coma, ¿en que estado estará? Porque despertarse de un coma no es como despertar de la siesta. ¿Las secuelas serían muy graves? ¿Permanentes? ¿Va a poder hablar? ¿Reír? ¿Estudiar? ¿O quedará en estado vegetal? No muerto, pero tampoco vivo, porque eso no es vida.

¿Será que cuando despierta, si es que despierta, volverá alguna vez a ser José?

A veces me parece mejor la resignación, que aferrarse a algo desconocido, a la incertidumbre.